LAS TRISTES AVENTURAS DE LA VOYERISTA DEL SENTIDO

Siempre he tenido problemas con el sentido, al conducir solía entrar contra el transito a grandes avenidas y sin quererlo enfrentarme súbitamente a la muerte.
La palabra en sí me era problemática, el que las cosas de pronto tuviesen que apuntar a algún lugar, el que la vida de pronto apareciera ante mis ojos con un ordenamiento fundante, organizando incluso el sinsentido y la injusticia.
Yo desconozco la mayoría de las respuestas, de hecho, creo que las preguntas que puedan hacerse al respecto poco tienen que ver con lo real y mucho con la cultura, pero no puedo dejar al azar lo que suceda con mi vida. Observo mi argumento y no encuentro nada ilógico en el, sin embargo, desde un tiempo hasta ahora, he comenzado a ser considerada parte de quienes tienen problemas con la vida, para mí, son sólo los accidentes productos del sentido.
Accidentes, ese es un buen concepto para ser asociado a la vida y todas sus razones. Recuerdo que esa tarde por accidente abrí la cortina y mire, dos días después me había comprado los vinoculares y acercado la silla al balcón, el que estuviera descontenta con mi vida, no significaba que la vida en general me repugnara, la de los otros no, por lo menos. Así siendo testigo del hacer de las personas, podía atar sentidos que en mis actos eran imposibles de hallar. La mayoría dormía en pareja, los más afortunados las iban rotando algunos días a la semana, yo siempre tenía la misma a mi lado y sin embargo al dormirnos la cama parecía de varios kilómetros, me había comprometido porque sentía que al amarnos una conexión nos mantendría cerca, pero no fue así, ella tenía mi vida y mis actos en vitrina, como yo miraba la vida y los actos de otros, pero nunca amarraba el sentido a las cosas, quizás la dislexia afectaba su capacidad de hacer nudos. 
Siempre he pensado que algunos nacen con capacidades que a los demás les son impensables, para mí, quienes siempre ríen y disfrutan me parecen caricaturas eclipsantes, aunque sé que no existen de verdad. Por eso debe haber sido que al mirar la risa de los demás me detenía largamente y vinocular en mano regaba mis pies.
Los accidentes, la falta de sentido y el líquido salado que ella encontraba en el balcón, fueron los elementos que usó para pensar que estaba triste y enviarme a terapia. Lo del liquido salado para mi era lo más complejo, porque hasta el mar me hubiese gustado que fuera dulce, para mí también era una pena eso de la sal que se acumulaba y esparcía con el viento sin dejar que floreciera el cactus junto a la ventana.
En terapia recogíamos trozos de mi infancia, del silencio, de las cosas, los miedos y la necesidad de ser amado que hay en cada individuo, nada me entusiasmaba la verdad, para mí era más útil el trabajo tanatológico que realizaba en mí al observar en silencio, intentando verme en los demás. Después de las terapias me enviaron a hacer prácticas corporales para volverme más consciente de la anatomía en que estaba encerrada, algo en algún sector que no podía identificar estaba fallando.
Fue ahí cuando ocurrió, justo después del incidente de la autopista en reversa, como una manera de compensarme por el susto sufrido, ella decidió pasar unas tardes junto a mí, de pronto, me aleje de la ventana y comencé a experimentar mi propia historia dentro del hogar. La lejanía que protagonizaba nuestras noches quizás era observada por alguien desde alguna ventana, pero no podíamos verla al estar dentro de ella. Me sentía tan sola como antes, pero con la imposibilidad de hacer lo que le daba algo de insana diversión a mi vida. Para mí, de pronto, fue evidente a pesar de la inconciencia ante mi cuerpo, ante mis emociones y mis deseos, logre determinar que mi problema en parte era el estar atada para salir a buscar nuevas respuestas o preguntas que no me había atrevido a formular.
Cuando nos despedimos, decidí ser yo la que partía, porque la palabra partir significa romper y a la vez comenzar, era mi partida, mi juego, mi comienzo y ya no quería seguir ausente de mis decisiones. Llegue a una ciudad más calurosa, dónde el aire tenía cierto aroma desconocido que me ha costado determinar con un nombre, acá mis vinoculares son usados para observar la desnudez ajena y los barcos cuando se alejan. Si alguien me observa podrá ver que soy de esos seres afortunados que van rotando amores durante la semana, no es que sea más feliz, pero a mi tristeza no se le restan posibilidades. 

Comentarios

panxax dijo…
mmm.. solitario me viene un sentir de soledad al leer esto ...
pero como siempre muy muy lindas escrituras..
eres bien talentosa :D

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