Adultos funcionales
Cuando niña pensaba que nadie me iba a querer por mis rarezas, no sabía ni
como nombrarlas y ya me avergonzaba, pero ni así las podía controlar.
A medida que avanzaba etapas era peor, cada época iba acompañaba de nuevas
rutinas que me impedían salir de la casa a la hora o no acostarme de madrugada.
Mi vida era bastante solitaria en ese laberinto.
Estaba planeando que hacer con mi vida, la verdad no buscaba nada, por eso
me sorprendió recibir su mensaje. En mi perfil había publicado un poema que un
chico con toc escribió a su ex novia y que se volvió viral. A ella le causo
gracia y me hablo. De la nada comenzamos a escribirnos por meses, al parecer mi
aparente desinteres la motivo y sin darme cuenta comencé esa relación que
cambio mi vida.
Ella era literalmente mi opuesto, en su cabeza parecía no existir ninguna
estructura pero por alguna razón confiaba en que la improvisación daría un buen
resultado permanentemente, era una optimista. Mis temores ante el mundo y su
arrojo a la vida nos convirtieron en una singular pareja.
El paso de vivir juntas me complico desde el inicio, ella abarcaba tanto
espacio con su caos, que de a poco me termine replegando a la cocina, buscaba
ordenar los libros y ella los reorganizaba a partir de anécdotas, fechas de
lectura, incluso por comodidad para la siesta de los gatos. Era un estrés
sentir paz y sin embargo, esa vida en pareja poco a poco comenzó a calmarme,
era más importante el nosotras que mis propias estructuras.
Pero la amenaza del mundo no se detenía y en periodos de estrés, mis
rutinas se agudizaban. Como ella siempre estaba inmersa en sus propias ideas, logre
esconder mis ritos en el orden nocturno para el día siguiente o en preparar el
desayuno o la colación que ella llevaría a la oficina. Pero el estrés aumento,
tuve problemas en mi trabajo y cuando me iba a la cama ella ya dormía, por las
mañanas me apuraba en dejar todo listo esmerándome, a ver si con ello, ella
olvidaba que no estaba a su lado. Nuestra crisis comenzó cuando las suculentas
comenzaron a morir por exceso de agua, ella me dijo que era mi forma de ahogarlas
con exceso de agua y no con lo que ellas necesitaban, luego me grito que esa
forma enfermiza de querer nos estaba ahogando también, que el orden nocturno y
los desayunos no eran lo que la relación necesitaba para vivir. Me quede en
silencio, como siempre y decidí pedir ayuda.
Cuando le conté mis rarezas a la psicóloga llore, no sabía si era vergüenza
o el alivio de poder verbalizar todo eso. Ella me oía y parecía entenderlo, me
hacía preguntas y asentía. Las primeras sesiones eran pura descripción, qué
rutinas tenía, de qué pensaba que me protegería hacerlas, la importancia de los
pares, el orden y la simetría. Comencé a llevar un diario de rutinas en donde
describía que iba sintiendo, pensando y que lógica le daba. Cuando la psicóloga
me pidió explicarlo comencé a ver el sinsentido de mi forma de vivir hasta ese
minuto, cual sagradas escrituras, mi vida de reglas internas lo envolvían todo.
En la noche antes de dormir, lloraba, lloraba por mí y mi incapacidad de
estar presente antes que mi novia se durmiera, lloraba porque estaba encerrada
en ese laberinto que si miraba desde fuera era mi propia miseria.
Todos los días me levantaba recordando lo que me decía la psicóloga, ser consciente
justo antes de la crisis, respirar y preguntarme porqué lo hacía, intentando
con ello, detener el poder que la acción tenía sobre mí.
Fueron meses de lucha interior, en los que me mantuve escondida atrás de
mis rutinas, noche tras noche limpiando la caja de arena, trapeando el pasillo
y moviendo la puerta dos veces antes de cerrarla. Probablemente esa fue la
rutina que él observó, porque imagino cuánto él nos había estudiado, no habría
tenido sentido hacerlo al azar.
Fue una paradoja, mi rutina de abrir y cerrar dos veces la puerta, respirar
y botar la respiración hacia el sur, para mí significaba protegernos de todos
los males. Para él fue la posibilidad de entrar, esa noche esperó en el pasillo
entre las plantas y al abrir la segunda vez solo pude ver un brazo que me
impidió cerrar la puerta, con la otra mano debió lanzarme un spray que me
adormeció.
Mi novia dormía en nuestra pieza y seguramente despertó cuando la
amarraban, me imagino su terror. El ubicó nuestros cuerpos atados en medio del
living, los gatos observaban y se paseaban entre nosotras, son los únicos
testigos de ese día.
Ignoro cuanto tiempo paso, yo lo mire hacer en silencio. Él caminaba de un
lugar a otro organizando el espacio. Sacó de una mochila mascarillas, una caja
con guantes, una libreta y comenzó a anotar números en la pared. Mi novia me
susurraba que era un loco. Yo lo miraba hacer y comenzaba a entender que hacía;
evitó pisar las baldosas rotas, organizó la mesita de apoyo que mi novia había
habilitado para las siestas al sol del mediodía de la gata recién esterilizada,
un montón de chucherías sin sentido agolpadas en una esquina.
¿Qué significa tu ritual? - le pregunte tranquila- ¿Qué pasaría si no lo haces?
Él se detuvo a oírme, sonrío y no quiso contestar.
Yo pienso igual que tu- le dije- me gusta el orden, me gustan los números
que están en la pared, si no son pares las cosas no resultan bien.
Él me oía.
Yo siempre pongo la música en 16 o 18 y organizo mis lápices antes de dibujar
– le dije- apuntando a la mesa donde ordenaba sus cosas.
No es lo mismo- me respondió- esto es más importante, lo que tú haces no
tiene ningún poder. No entiendes como cambia el mundo cuando lo limpias de
gente como ustedes, son virus que nos enferman.
Mi novia permanecía en silencio, sin comentar nada, sólo miraba al vacío.
Yo pensaba en que más decirle para que viera, como yo vi, que todas las rutinas
nos vuelven prisioneros. No quería acabar así o peor aún ver morir a la única
persona que me había dado un lugar para refugiarme del mundo.
Yo te entiendo, aunque no lo creas- insistí- te fijaste que abro y cierro
dos veces la puerta, esa segunda vez es porque todo lo hago en par y esa es mi
forma de mantener protegida la casa.
¡Es ridículo! no tienes ningún poder- me grito- mover una puerta es
distinto que ofrecer vidas. Moviste la puerta y yo entre ¿qué podría ser más
ridículo que eso? llevarme sus vidas eso si nos protegerá.
Sentí que mi argumento era pequeño, que él no vería nuestras estructuras y
solo vendría el fin. Mi novia me susurraba consultando si por eso me demoraba
tanto haciendo las cosas y ella se dormía, que porqué no le había contado, que
tendríamos que conversar sobre ello. A esa altura no sabía que creer sobre lo
que pasaba, estábamos cerca de la muerte y ella veía un mañana, me comenzó a
alterar su optimismo excesivo y esa fe insensata de que las cosas resultarían
bien para nosotras.
Me quede en esa sensación de desesperanza, confundida, aturdida, por eso no
la vi hacer nada, no sé cómo se desató. Ella se movió tan rápido que ninguno
alcanzó siquiera a reaccionar, sólo la vi saltando a su cuello, le mordió la
yugular y no lo soltó hasta que él se dejó de mover. Miré sus piernas y tenía
una rodilla aprisionando su pecho y el codo en su boca, un movimiento
eficazmente pensando para inmovilizar a alguien. Yo estaba espantada, ella era
vegana hace años.
Levantó la cabeza hacia mí y me miro, sus ojos brillaban, como cada vez que
lograba lo que se proponía. Su rostro estaba manchado de sangre y los gatos se
acercaron a chapotear. Yo quede helada, no podía creerlo. Ella estaba tranquila, como si toda la vida
hubiera enfrentado situaciones como esta. Mientras se limpiaba con toallitas húmedas, me
dijo que habían dos opciones; llamar a la policía y decir que fue en defensa
propia o arrastrar el cuerpo al baño y desmembrarlo, que nada lo conectaría a
nosotras pero habría que verificar su actividad en redes sociales antes de eso,
que teníamos que quemar sus cosas
personales y quizás el único problema sería esparcir los huesos pero nos
serviría para viajar fuera de la ciudad algunos fines de semana, porque ella en
su voluntariado con animales rescatados podría usar toda la carne sin problemas.
Yo aún en shock, no podía creer que ella organizará en su cabeza tanto
detalle, si no era capaz siquiera de traer completa la lista del supermercado.
Solo atine a decirle que prefería llamar a la policía, que estaban las amarras
y todo en nuestra defensa, que sería más práctico para ella porque en la casa
tampoco teníamos cuchillos para carne. Ella sonrío y asintió, supongo que le
pareció lógica mi idea.
Mientras esperábamos a la policía le pregunte de dónde había sacado la idea
de atacarlo así, ella me contra pregunto sobre el porqué jamás le conté de mis
toc. Qué así como yo tuve pudor en mostrar mis rarezas, ella no iría por el
mundo contando que siempre espero el momento de matar a alguien, de sentir ese
poder y tener como justificarlo.
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