SepulTando EscApisMos


Me había estado negando a abrir mi corazón por un tiempo, siempre el pudor ante las derrotas me hacia respirar más hondo y susurrar los nunca más, que caían en el vacío cada vez que serpenteaba algo dormido dentro de mí, así era muy difícil ser tajante. Debía convivir con lo aprendido en mi errática existencia, que no era más que una tamizada sospecha de no ser más que un ser humano.

La necesidad anestésica, de ser abrazada por quien pretendiera sonreír también ante mi somnolencia, mantenía en mi paladar el sabor de una perdida irrecuperable. Cerraba los ojos y no poseía más que la sospecha de haber sido dibujada vagamente por las pupilas de quien nunca debió ser. Entonces respiraba más hondo y salía a caminar un rato.

Había perdido lo nunca recobrable, el tiempo. Se oscurecía el horizonte y temía ser atrapada por una tormentosa llovizna. Exagerando medidas precautorias, como ante todo, confundía la leve intensidad con la tempestad que inocente se avecinaba a mi vida. Se encegueció una de mis pupilas, una luminosidad inusitada en medio de la calle, estaba acaparando los leves destellos que se perdían alrededor de las nubes.
Una caja de cristal extraviada de su destino.

En mi habitación se agolpaban las sombras del hogar, al dejar la cajita sobre la mesa, las más oscuras comenzaron a diluirse. Extraño contener, el que le daría sentido a su existir, una caja vacía y hermética en apariencia. La examinaba con la mirada y todas las puertas no eran más que ingresos simulados. Algo enceguecida a momentos siquiera podía sospechar que eso era eclipsarse.

Inmersa en la dinámica de mi diaria rutina, la olvidaba a ratos, pero el olor a café, mi mirada al reloj o sólo el respirar hondamente, me conducían a elevarla desde mi memoria. El misterio sellado en sus vértices mantenía mi atención, el espectáculo transcurría ante mis ojos, inventarle fines y comienzos sólo me llevaba a desplegarla cada vez más amorosamente entre mis dedos.
Temía que en lo inexplicable se encontrará la base de nuestros miedos, temía que los temores aliándose al azar, estuvieran en mi admiración, diseñando el nuevo rol de mis deseos aporreados.

La idea de un paralelo puede ser subjetiva también, no manteniendo mi línea errante cercana a su irreflexiva rectitud, combinábamos un movimiento acompasado, yo dibujando en el aire la melodía, mientras su constancia señalaba el ritmo. La danza macabra que festejaba las muertes, tomaba nuestra composición inconsciente. Como la vida acostumbra a no mostrar todas las cartas, sólo cuando la pala hundida sobre tierra fresca, escarbara un espacio para enterrarla, llegaríamos a descubrir que estábamos allí para amarnos.
Descontenta con el mundo y el egoísmo adormecedor de las almas, sólo me resignaba a endulzar más de la cuenta lo que estaba a punto de beber. Amargada dejaba, como todos, a la inercia hacer lo suyo con el avanzar de mi vida. Fragmentario mi deseo, sólo se diferenciaba del resto. Aquella cajita silenciosa y transparente verticalizaba las curvas que señalaban mi serpenteo.

La necesidad de informarme de los otros mantenía no sólo a las señales de humo como vías de comunicación, lecturas periódicas anunciaban con platillos su llegada al país desde mis sueños. Yo no sólo quería rasguñar su espalda, quería también incrustar mis dedos en aquel espacio que su piel, adivinándome, había preparado.
Al parecer necesitó exponerse para asegurar la presteza en mi arribo a su existencia. Sólo con la intriga como consejera, le hablé de mi abstracta anatomía.

No se usaban las bocas, pero se entendía el mensaje, habíamos llorado y amado antes. Resquebrajadas direcciones encaminaban nuestras volubles existencias, ausentes ante la falta de sentido sobre la cual habitaba todo esto, decidíamos de mutuo acuerdo, obviar todo lo demás.
Los colores que dotaban la estética de los días comenzaron a ser resignificados. Bastiones, productos de soledades anteriores, bajaron banderas y aprendieron a flamear sin viento. Los arcos del triunfo dejaron de existir cuando apaciguamos las batallas, había paz navegando en el viento. Pocos quisieron creerlo.

Mi caja sigilosa, una mañana apareció sin brillos, una nubosidad parecía haberla atrapado. Temía abandono quizás, temía perderse en mi memoria, temía temores heredados. La luna como un receptáculo del universo, palidecía cada vez que mi caja me amparaba ante las sombras. Al parecer la vida burlesca había decidido festinar con mis esperanzas. No estuve triste, mire al horizonte arrebolado, sólo aire seco ingresaba en mi sistema.
Hora y lugar demarcados, señales simbólicas para aquello incuantificable. Nos reunimos y hable de mi tragedia, temí como siempre temo, apresurar la naturaleza escapista con que nos preña este tiempo. Pero quiso permanecer, decía estar obedeciendo nada más que a su perfil de trágico antagonista. Como alguien debía sobrevivir, no bastaba con imaginar que seriamos felices juntos.

La cajita eligió su día, insensato como lo transparente. Desabotoné su ropa y la lluvia nos humedeció unos segundos, a la intemperie no pertenecíamos a nada, el lugar perfecto para adueñarnos. Una montaña decorada en la cima marcó el lugar exacto, pala innecesaria erguida sobre tierra fresca, sólo basto escarbar un poco, el espacio preciso no ocultó esperarlo. Ingresando la caja, todo aumentó de tamaño. Su corazón destrozando los bordes me enseñaba el sentido de proteger aquello tan delicado.
Lo que el azar me había entregado mostraba de donde provenía su luminosidad. La rectitud marcando el compás nacía de su pecho, latía bajo el dibujo que yo le silbaba en el aire. Pequeña cajita musical reflejo de nuestra existencia.

Comentarios

Diva dijo…
Niña, estabas desaparecida... Y luego yo me desaparecí... K cosas niña. Te he leído toda. Ay niña, k ojos los tuyos llenos de sol y tan tristes a la vez. Saludos niña y cariño. Mua!
Anónimo dijo…
¡ERES LA MEJOR DANITZA! ¡LEJOS LA MEJOR! ¡XENIA!
Anónimo dijo…
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Anónimo dijo…
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