Espacio en el costado

A ella siempre le había avergonzado esa hendidura, decía que era la gran causa de que nunca usara vestidos. Mi juicio por el contrario, apuntaba a considerarlo como una marca diferenciadora, como hay muchas en los cuerpos. Su costado ponía en entredicho la proporción áurea y refería la existencia de una belleza que poca relación guardaba con los cánones occidentales, mi explicación experta no bastaba, la mirada de admiración siempre disponible en mis ojos tampoco, jamás usó el vestido que le di una navidad.

Después de hacer el amor, algunas veces apoyaba mi cabeza en ese sector y me era más nítido como sus latidos se iban apaciguando, era casi estar dentro suyo, incluso después de una cena con comida asiática todo el movimiento digestivo parecía retumbar, era adorable para mí sentirla tan humana. Las imperfecciones son lo que nos constituyen, pero ella no lo entendió así y al pasar de unos años, decidió operarse. Su costilla haría gran parte del trabajo del modelado, desconozco los detalles médicos, pero esculpir su cuerpo fue sencillo. Tras la recuperación algo había cambiado, pero continuó sin usar el vestido que le di, al parecer no teníamos los mismos gustos, ese fue el primero de una serie de detalles, sufro de esa meticulosidad constante de fijarme en las piezas del todo.

La dinámica de nuestras rutinas no fue modificada a grandes rasgos pero algo ya no estaba ahí. A su cariño tradicional lo sucedió el silencio y algunos gestos ocasionales, ya no solía enrollarse en mi cuerpo y esperar que la mayor cantidad de roces se interpretaran como nuestro amor. El paso del tiempo se nos caía encima, lo que la crisis de los siete años no logró, la operación lo había conseguido.
Me refugié en el trabajo, intenté no cuestionarme tanto los procesos que vivíamos como un modo de negarme a la realidad. Al llegar a casa, compartíamos al lavarnos los dientes y delegar las cuentas por pagar, todo lograba esconderse atrás de lo cotidiano, como las grandes montañas de hielo.

No me gustaría pensar que los otros adivinaban de nuestro alejamiento, pero a veces sólo me invitaban a mí a las cenas formales. Lo más triste era llegar a casa sabiendo que ni había notado mi ausencia, así de pronto se hizo recurrente el no estar en su vida. Un día me anunció su viaje, imperturbable me trague toda la tristeza, tres días antes de su vuelo comenzó a llover y no se detuvo durante todo el invierno, Santiago más gris que nunca solidarizo conmigo.

Los días se van diluyendo con cada minuto, yo deje que eso pasara jugando a olvidarme a ratos que ella no estaba y que su espacio en el costado nunca volvería a acogerme. Ese año el invierno duro doce meses, quizás nadie más que yo se percató del frío, esperaba su regreso porque antes de partir dijo que volvía.

Durante meses me dedique a llorar con cada movimiento; encendiendo la calefacción, masticando mi almuerzo, dejando el tenedor sobre el plato vacío, cada ademán se transformaba en el llanto que jamás solté. Ella pensó que la había olvidado, algunas personas le adjudican un poder misterioso al tiempo, creo que mi obstinación neutraliza su efecto. Me distraía, eso parecía ser la vida, la distracción mientras suceden las cosas, cuando ella me dejo de querer yo no estaba mirando.

Ese día decidí quedarme en pijama, al siguiente igual, perdí la cuenta después de cuantos ella apareció en mi puerta. Nos miramos, yo con la tristeza acostumbrada le pregunte si había algo que inventar que nos involucrara a ambas, ella respondió que nunca tuvo mucha imaginación. Preparé café y las dos compartimos la misma amargura, mentí varias veces al decir que no la había extrañado tanto y que el grillo que vivió en el jardín me acompaño más de lo que podía reconocer.
Mirándonos sin saber mucho que decir era imposible que solucionáramos aquello del vacío, en la habitación probamos suerte, ella se desnudo primero yo sólo me limite a perseguir mi cuerpo que se había instalado alrededor suyo. Eso de cerrar el círculo era claro, nos quedamos horas sólo guardando en la memoria lo que eran nuestros cuerpos.

Yo siempre he podido adivinar algunas cosas y supe que al levantarse no volvería y que su olor después de un rato ya no estaría en las sábanas. Ella se fue, camine al baño y miré en el espejo a la persona que ella dejaba, no me reconocí, sin saber que era yo, le golpee el rostro, mi mano quedó llena de sangre, todo el cuerpo se me crispo de un dolor desconocido que surgía de mi garganta. No pare de gritar en silencio, como hago todas las cosas, saque los trozos de vidrio ni siquiera necesité puntos, fue leve y sin embargo logro sacar de mi cuerpo toda esa pena. Ella jamás lo supo, la visite a la mañana siguiente, al preguntar por mi mano le conté de mis clases se orfebrería. Nos miramos y ella ya me había olvidado, usaba un vestido escotado, al parecer las personas no sentían mi frío. Acerque mi cabeza a su pecho y no pude oír los latidos que la convertían en humana, puse mi lengua en su ombligo y no era de vainilla, como cuando solía amarme. El espacio en su costado ya no existía, aunque hubiese clavado un cuchillo e introducido mi mano por sus costillas no habría llegado a su corazón, lo pensé varias veces la mire en silencio y me aleje llorando al respirar.

Comentarios

otogno dijo…
Al leerlo viene a mi cabeza la frase de una peli que me encanta : "sólo que el tiempo lo destruye todo"...

Escribes fantástico, Dani, felicitaciones!!!

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