Iconografía otoñal
En mi planeta las cosas dejaron de ir bien, quizás el exceso
de color y calor, quizás eso de la evolución. Por esa época comenzó una temporada de
eclipses y el sol que siempre hacia florecer quedo extraviado, sin su luz cada
flor aparecida mágicamente en el aire se diluyó.
Yo no supe muy bien que hacer, a la mayoría de las flores distraídas
que pille decidí esconderlas entre mis libros, a veces en medio de mis lecturas
veía sus últimos rayos luminosos aparecer y morir lentamente. Pasaron varios días de lluvia fría, nubes
negras se paseaban amenazando inundarlo todo, mojar los recuerdos y volver ese
paisaje a un punto cero. Quizás influida
por la falta de luz, por el frío y los temores, me replegué intentando olvidar,
pensando que la entropía haría lo suyo y
mi planeta aprendería a florecer o quizás sin fuerza, volvería a ser sólo arena.
Una noche sin explicación y con la magia acostumbrada con que
suceden las cosas aquí, comenzaron a movilizarse ríos, bosques, satélites y
demases, toda clase de tectónica geográfica ocurrió en el aire. De los planetas
cercanos enviaron arriesgados reporteros a dar cuenta de la noticia, en vivo y
comentado en todas las redes sociales se registró el proceso. Todo un mundo se dibujó
en mi espalda, cicatrices con color volviendo a significar. En este sistema
todo es un asunto de hermenéutica.
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