Intangible Existencia

Nací con el corazón del lado derecho, no sé si habrá tenido relación pero la mayoría de las personas que intentaba hacer ingresar, perdían el camino.
Ya no me dedicaba a cuestionar aspectos irrelevantes como el sentir. Productivizando las horas, comencé a trabajar en la venta de intangibles para una empresa de rombos nacarados, era rutinario eso de desenvolver figuras geométricas en al aire y hablar de ellas. Mi vida siempre había lidiado con precarios equilibrios racionales.

Las mañanas eran un sufrimiento, siempre me ha gustado el sueño por qué así los trazos son más simples al no tener que lidiar con verosimilitudes innecesarias, pero siempre estaba ahí la luz del día encegueciendo mis ojos. Ya de pie comenzaba con una dinámica para esconder la vida. En mi departamento había un sillón que desenvolvía para dormir, un espejo, materiales de aseo personal y doméstico, una taza, servicio de cocina y un plato; la vida no tenía muchos distractivos, pero aún así era una invasión que a veces me ofendía.

Nunca me apasioné por nada, pero ahí estaba el amor como la peor de las enfermedades venéreas, carcomiéndome de deseo sexual. Las cosas se deberían haber complicado cuando ella miró en mi pobreza, pero al contrarío, desenvolvíamos al sofá y todo estaba solucionado. La vida con una mueca parecía aprobar mis errores, hacíamos el amor y conversábamos en una casa sin ampolletas, yo era moderadamente feliz.
Pero acabamos de pronto. Una tarde llegué a la casa y ella estaba tejiendo un chaleco para mí. Más allá de que le tengo alergia a la lana o que ese detalle me recordará a mi abuelita, vi en el gesto una proyección como una sombra que se agrandaba en la pared y simulaba ser un monstruo intentando devorarme la vida. No sabía como ser diplomática así que la salí persiguiendo con un cuchillo de mantequilla, no tenía otro, ella entendió el mensaje y si nos volvimos a ver, cruzamos la calle.

Mis días continuaron así, con la moderación en el sentir, abstractos, a veces llenos de colores. Hasta que me chilló en las pupilas la solución a mis problemas, compré un neón y lo instalé en el living. De pie o en el suelo, una luz verdosa me iluminaba. Sabía que la idea de aquel enjambre químico era llamar la atención, sin embargo me costó procesar el sentido que podía darle. Siempre me había sentido anónima, contenida, silenciosa; dejé de serlo en esa época. En una casa vacía con una luz artificial las fiestas se vuelven constantes, no se necesitaba gente mirando ni palabras externas, me hice renacer cómo una otra llamativa o por lo menos quise imaginarlo.
Empecé a vender ropa con incrustaciones fluorescentes, la gente iba por las calles con mis productos, vírgenes descalzas de magenta corriendo en Plaza Italia antes que cerraran el Metro, halcones en el pecho de jóvenes artistas plásticos, sombreros, casacas, calcetas y algunas pulseras.
Me volví fabricante y distribuidora de colores artificiales. En unos años arme toda la fauna de mi paraíso, luego de eso quise retinarme indignada por las imitaciones en Tacna, al final no me quedo más que formar una sociedad anónima y vivir de las ganancias, todo era tan abstracto.

Lo real apareció después de eso, cuando compre los portavasos y un celular con cámara, espejo, luz ultravioleta y bengalas de auxilio. Tenía elementos para camuflarme entre las personas. Pero no me gustó buscar a través del ciberespacio o comunicarme por teléfonos inalámbricos, sentía que mi esfuerzo era inútil. Decidí donar todos mis bienes a una fundación que intentaba destruir el imperio norteamericano.

Cuando llegue al desierto creí que encontraría alguna respuesta, la arena exigía preguntas y supe que todo estaba perdido para mí.

Comentarios

Anónimo dijo…
Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.
Diva dijo…
Simplemente genial y bien dirijido. Besos.
Anónimo dijo…
...Superó mis espectativas, vagando por blogs, es poco frecuente encontrar textos de este atractivo...
Cony

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