Instantes Perpetuos

Faltaba una hora para que terminara mi turno, se oían fiestas lejanas y yo estaba en un lugar del que sólo el administrador se acordaba. El paréntesis en las calles era evidente, la fiesta tenía incrustado el ritmo en los caminantes que aún embriagados luchaban por avanzar contra las paredes. Celebrando algo tan impreciso como el orgullo patrio, me parecía evidente la necesidad imperiosa de excusas para el fluir de lo ajeno a la organización de la vida.

Llevaba meses en ese formato traspapelado, pero como el resto abría y cerraba los ojos mientras el cielo se estaba enrojeciendo, lo demás para mí ya era una circunstancia difusa. Sabía que el trabajo había constituido la base de la cultura, pero no podía entender en que momento esa irracionalidad parecía lógicamente insertable en mi vida, desglosando los minutos analizaba la historia. La fiesta continuaba y no había logrado ingresar a mi rutina, era una estructura compuesta sólo de tedio.

Sonó el teléfono y el administrador me condeno, mi reemplazante estaba intoxicado, por lo menos las horas extras parecían comprar mi tiempo menos valioso. La única llamada de la noche y era para alargar mi espera. En la televisión nacional todo se detenía por en la madrugada, las radios sólo extendían el mundo del que yo no era parte. Condenada nuevamente mi contacto se reducía al lugar de los solitarios.
Puse llave en la registradora y me senté en el suelo, el calor continúo del horno acogía mi descanso. No cerré los ojos, pero el mundo se transformó en ese ruido lejano, estribillos conocidos se incorporaron a mi inconsciente, una luz tenue, una luz incandescente, menos onírica que química me eclipsó la imagen mental.

De repente la niña de reemplazo apareció en el puerta, golpeo despacio y sonrió, habían pasado horas. Ella estaba aturdida con la llegada, después supe que además de enfrentarse a la falta de locomoción debía lidiar con su reciente llegada de Yumbel, la conversación aunque no fluida y delirante, tampoco era anestésica, trivialidades, nuestras vidas. Creo que esperar unos minutos a que pasaran más vehículos era una necesidad que merecía el esfuerzo.

Sonó el teléfono y atendí con desidia, una voz acelerada me dio las buenas tardes. Otra loca enfiestada dando vueltas por ahí, pensé. Me encargó una pizza con champiñones y espárragos, masa a la piedra y una bebida diet. Mi cara ha de haberse deformado cuando me dio la dirección, miré a la yumbelina y ya adivinaba que ni con un mapa llegaría.
Cerré los ojos y la luz todavía estaba en mi retina. Dije que iría.

En la puerta el citófono había dejado de funcionar, imagino que la clienta abrió la reja, subí. No alcance a tocar el timbre y ella estaba golpeando la puerta contra su cabeza. Cerré los ojos aún con fluorescencia, mientras ella sobándose la frente me daba las buenas tardes a las 6:30 de la mañana. Tenía unas plumas blancas entre el pelo, se destapo los ojos y realice mi entrega. Nos quedamos inmovilizadas unos minutos, miré su cara que como los neones me eclipsaba.
Ella desconcertada pienso que al verme en el umbral, arrugaba la frente para recordar donde tendría dinero, se dio vuelta me hizo un gesto, luego la mire entrar y salir de una habitación a otra por unos minutos, por largos minutos.

Volvió a estar frente a mí, preguntó si aceptaba tarjetas, pero que no era de ella que ya llegaría una prima que ella tenía dinero, si esperaba, si me devolvía. El peso de la noche sin participar en el paréntesis del país, marcaba mi rostro inexpresivo. La fascinación hacia ella no vario mi semblante, porque con un gesto se excusaba también ante la posible desilusión.
Ella era un espectáculo bastante inquietante por lo confuso, sin embargo el eclipse me mantenía de pie con la boleta en la mano. Quise regalarle la pizza, era una familiar con dos ingredientes extras, la bebida, todo eso sumaba más de la mitad de mi tormento por horas. Haciendo ademanes me explicaba que no había comido y no sabía desde cuando celebraba la fiesta, creo hablaba de su vida completa, puede haber sido sólo de esos días, sin embargo era evidente que no sabía del mundo.
Me invito a pasar, empezó a comer con las manos, note su hambre, le pedí un café para no recordar el esfuerzo como inútil. Se paro, abrió las cortinas y volví a ver el semblante de un tubo fluorescente en la retina. Amanecía, se rió y dijo que se le había pasado volando el día y ya era de noche. Sonreí, creyendo que la broma era muy fome. Puse dos cucharadas en mi taza y me pregunto por el tatuaje. Una salamandra, le dije. Me mostró esparrago entre sus dientes. La conversación se fue dosificando, hasta que llegamos a las nueve. Ella miro el reloj, la ventana y dijo, que sabía sonaría estupido, pero si había un eclipse o que. Un eclipse dije yo.

Miró a su alrededor y la casa estaba casi vacía. Se excusaba una y otra vez por no tener alguna prenda que dejarme a cambio, acabó entrando en la ducha y yo encendiendo el televisor. Ella cantaba alguna de las canciones que habían quedado en mi mente. Envuelta en una toalla se paseo ante mí, sin inmutarme, creo que por la luz que tenía clavada en los ojos, me dijo que había dormido un día y medio y que no era un eclipse.
Asentí con la cabeza, pensaba en que si se le caía la toalla me sentiría pagada.

Me hablaba desde la otra habitación, parecía confusa aún, todavía no sé si era por su vida completa o por esos días. El asunto central era que no tenía como pagarme pero que siempre compraba donde mismo, quise creer que nunca antes en mi turno, no me gusta desconfiar. Asomó la cabeza y me dijo que fuera, que ya sabía como podría sentirme pagada. No pensé nada, lo juro, actué por inercia.
Ella abrió una puerta y saco un montón de abrigos, se los llevaría a un conocido y él le pasaría dinero, a esas alturas ni siquiera se nombraba a la prima del comienzo. Me pidió acompañarla, pero era muy temprano para llegar sin avisar.
Nos sentamos a mirar televisión, yo tenía los ojos entrecerrados por el brillo, la miraba a ella que se esforzaba en ser cortés y seguía esa nubosidad en mi vista. Asentía a todo, incluso cuando ella me dijo que podía acostarme un rato. Puse mi cabeza en un extremo del sillón y ella se levantó, me ofreció un cojín unos minutos después me estaba tapando. Dormí sólo unos segundos, pero sentía su respiración en mi frente, no podía abrir los ojos y dentro de mi cabeza los años en la capital me hacían desconfiar un poco.
Ella tenía una voz suave que también rebotó en mi frente, susurraba algo sobre la inocencia y creo, reía. Sentía un ronroneo desde su rostro que no sé por qué estaba cerca del mío.
Abrí los ojos de repente, ella sonrió y me dijo era buen momento para partir. Tomamos los abrigos, dentro del ascensor antiguo me sentí algo mareada. Esa maldita luz artificial tenía la culpa de mi molestia, cerré los ojos y no sé si pude abrirlos. Todo estaba oscuro.

Encerradas ella continuó con las excusas. Todo por el hambre, la distracción, los pestañeos, la vida. Le conté de mi cansancio, de la luz que había decidido perseguirme y dijo que quizás acercándose a mis ojos vería donde estaban los botones. Puso su cabeza ante la mia y creo no vio nada, continuamos a obscuras. Sentía su piel sobre mi rostro y el ronroneo de antes, descubrí era su forma de respirar, le toque la nariz con mi mejilla, tenía un extremo frío, en el otro estaba mi boca buscando la suya. Sólo con su ayuda la encontré, aunque no la veía cerré los ojos para no eclipsarla a ella también, me dijo que me imitaría porque le daba susto enredar sus pestañas con las mías.
En sus labios pasaron los minutos más calidos que apoyada sobre el horno. Eclipsada por la luz más onírica que fluorescente, me dejaba iluminar por lo que creía su rostro. Cuando activaron el ascensor habíamos decidido quedarnos un rato. La puerta se abrió y sin recordarlo salimos. Era un cambio más drástico enfrentarse a la luz de la tarde, volvimos a su departamento. Habíamos intentado evitarlo, quisimos huir y dejar a la normalidad solucionar lo del dinero, frustrado nuestro resguardo terminamos en una habitación vacía.
Las cortinas nos habían transformado en las sombras de lo que antes fuimos, la oscuridad indistinguible, el contorno apolíneo. Yo quiero creer que ella no había pensado en nada de eso, en nada de su vida en absoluto. Tendida sobre el sofá me llevo a contarle que hacía unos meses, en otro paréntesis del mundo la fiesta había terminado conmigo en otro sofá confesando que era feliz. Buen pronostico para un nuevo año, que de pronto se había quebrado como el cielo que minutos más tarde comenzó a caer.
Me ronroneaba de amores incompletos y yo de amores descuartizados.

Dos sombras en medio de una habitación oscura hablando de lo que no había sido, todo lo que estaba y no estaba allí. La metafísica en escena gracias a una entrega que la falta de dinero no había logrado frustrar.
No importaba tener los ojos abiertos o cerrados, ella no veía nada, yo sólo una luz.
Puse mi mano en alguna parte y sentí su piel, la saque de inmediato. Me pregunto por qué el miedo, le respondí que por no saber que parte era. Ella río, al parecer siempre lo hacía. Iluminada, en medio de mi eclipse, comencé a buscarla, abrí los pliegues y de pronto mis ojos estaban reconociéndola de a poco. Ella saco un encendedor y empezó a investigar mi espalda, yo traspasaba su ropa con la mirada. Era un reconocimiento fraccionario, trozos suyos y míos aparecían de pronto para luego perderse. Sólo la memoria nos iba conectando. Mi salamandra sofocaba su abrazo.
Nos dedicamos a conocernos en medio de los días vacíos, más allá del roce y del delicado soplido de mi boca por su cuerpo, ninguna arremetida sexual se concretaba.
Era un juego simple, conservar la belleza inesperada de las apariciones esporádicas de su piel dentro de mis ojos.
Un paréntesis en los días señalaban la curvatura final. Su cuerpo junto al mío, diseñaba la necesidad de eslabones, de huellas que nos recondujeran a la pertenencia.
No quisimos seguir temíamos con eso perder en el fuego del momento, la imposibilidad de pedir perdón. Adiviné quizás el sinsentido del que se alimentaba el deseo. Todo se mantuvo en la superficie que recubría los vacíos. Distanciamos la epidermis con la ropa y se colaron unos rayos entre las cortinas.

La fiesta se había detenido en todas partes, los acontecimientos ya no eran posibles, sólo quedaba la vida y esa evidencia era la puñalada delatora.
Volvíamos a ser los de antes, regresábamos a nuestro lugar en el mundo en donde el deseo debía someterse, circunscribirse al detenimiento de nuestra existencia anterior.

Me puse de pie, iluminé sus caderas y creí con eso despedirme. Apelando a la buena fe, deje de lado la deuda, mi entrega había concluido y ella parecía no esperar nada más. Mi vida no era una fiesta, estaba condenada al tiempo dirigido. Creo que ella lo entendió así, sonó su movimiento en el sofá. Ninguna señal antes de cerrar la puerta.
El citófono seguía malo, me costo salir. Estaba atardeciendo, al parecer así eran los días. Un horizonte arrebolado en el que sólo podía perderme.

Comentarios

Anónimo dijo…
Olvida esa espalda... estupenda, si, pero como anda por dentro? contenido, intelectual y humano... no tan bien... olvida mejor...

Recuerda lo que eres.
Anónimo dijo…
Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.
Anónimo dijo…
lo más bello de una mujer es su espalda, han visto lo cargada que está siempre?
Anónimo dijo…
Danitza:
Hola, no me presento porque nos conocemos,o mejor dicho, nos hemos visto mil y una veces.
Tuve la curiosidad de entrar a tu blog, puesto que Eugenia Brito habló bien de tus cualidades... Y leí tus cuentos. No te escribí. Después de 6 meses los vuelvo a leer y creo poder dar una opinión.
Me gusta tu forma de concatenar las ideas (¿o sentimientos?), pero tu prosa me recuerda a Severo Sarduy y su "Cobra"... a Omar Calabresse... Sí, yo también estudié con Rojas.
Creo que puedes explayarte muy bien, puedes dar el sentido a la historia, pero no engancha -a menos que sea yo una sentimental absoluta-. Esa falta de conexión creo que es por el exceso de adjetivos... en algún momento se pierde el ritmo del cuento, y éste, en su calidad de cuento, no puede permitir que el lector se pierda en los calificativos (a menos que tu meta sea esa misma, como el neobarroco...).
Por otra parte, reconozco -y también en mí reconozco- la mano de mucha lectura, de mucho texto difícil... de mucha Facultad de Artes. Y no lo digo como una crítica, sino más bien como la constatación de que nuestra narrativa se contaminó de la intelectualidad. Lamentablemente, el que lee cuentos desea evasión... De lo contrario, sólo seremos leídos por los de nuestra misma especie... al igual que el maldito arte que sólo se entiende leyendo a Derridá.
Mi amiga, apelo a tu simplicidad, a tu narrativa sincera, limpia, tuya; ajena a las secuelas de la inutilidad intelectual que han puesto al arte y la literatura, prácticas que deben emocionar...
Saludos cordiales,
tu compañera de aficiones.
escribana dijo…
Me parece absolutamente lo que dices del neobarroco, de alguna manera ese horror vacui que hay en mí tiene que manifestarse.

Gracias por el comentario y me imagino que seguiré sin saber quien remite, de todas maneras ahora me voy de Santiago y este será el modo de comunicación.
Anónimo dijo…
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