No sé dibujarte
La niña no sabía llorar, se quedaba con el recuerdo vago de alguna lágrima tibia cayendo por su rostro y esa idea hundida en sus recuerdos era todo el gesto articulado ante la tristeza.
Pasaba el tiempo y ella vivía ausente a ese cúmulo indescifrable que compone nuestra humanidad. Todo parecía estar perdido al entrar en contacto con su troposfera circundante...
Detenía el pulgar y se diluían las palabras. Había dedicado gran parte de mi vida a soñar, no había remedio, era yo no calzando con el mundo hasta construirme uno propio y transparente en el que exponerme, indescifrable. Cerraba o abría los ojos y me encontraba ahí, sola, con alguna idea.
Me había dedicado a soñar, no era más que eso, así de abstracta, así con metáforas. Cuando detenía algún dedo mi monologo letrado, estaba ese miedo a ser real.
Decidía rebelarme ante todo y callaba, congelaba la matriz pero la vida de uno no suele ser tan definitiva. Retornando a los mismos errores. El silencio que era mi humana muerte, engatusaba los deseos, el sentido nunca había estado cerca, todo en el silencio encontraba directrices.
No callaban las luces, en la calle, no dejaban de invadirme. Mi atención repartida en destellos que no decían nada. Escondida, bajo la mesa como de niña, escuchaba mis secretos y traducía. Movimiento, mi vida tibia en movimiento, deslizándose por una calle, pero no amanecía, nadie aterrizaba, entonces dejaba de escribir. Y todo era esta tristeza, tiñendo sola mi opacidad.
Pasaba el tiempo y ella vivía ausente a ese cúmulo indescifrable que compone nuestra humanidad. Todo parecía estar perdido al entrar en contacto con su troposfera circundante...
Detenía el pulgar y se diluían las palabras. Había dedicado gran parte de mi vida a soñar, no había remedio, era yo no calzando con el mundo hasta construirme uno propio y transparente en el que exponerme, indescifrable. Cerraba o abría los ojos y me encontraba ahí, sola, con alguna idea.
Me había dedicado a soñar, no era más que eso, así de abstracta, así con metáforas. Cuando detenía algún dedo mi monologo letrado, estaba ese miedo a ser real.
Decidía rebelarme ante todo y callaba, congelaba la matriz pero la vida de uno no suele ser tan definitiva. Retornando a los mismos errores. El silencio que era mi humana muerte, engatusaba los deseos, el sentido nunca había estado cerca, todo en el silencio encontraba directrices.
No callaban las luces, en la calle, no dejaban de invadirme. Mi atención repartida en destellos que no decían nada. Escondida, bajo la mesa como de niña, escuchaba mis secretos y traducía. Movimiento, mi vida tibia en movimiento, deslizándose por una calle, pero no amanecía, nadie aterrizaba, entonces dejaba de escribir. Y todo era esta tristeza, tiñendo sola mi opacidad.
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